- "Los dones han muerto, el don del pan para los cuerpos frágiles, el don del amor para las almas que sufren.
¿Amar? ¿Por qué? ¿Para qué amar?
El hombre, encerrado en su concha, ha hecho de su egoísmo una barricada. Quiere gozar. La felicidad, para él, se ha convertido en un fruto que devora ávidamente, sin recrearse en él, sin repartirlo, sin dejarlo, siquiera, ver a los demás.
¿Para qué aguardar al fruto maduro que tendría que repartirse entre todos? El amor, el mismo amor, ya no se da a los demás; se huye con él entre los brazos, de prisa, de prisa.
Sin embargo la única felicidad era aquello: el don, el dar, el darse; era la única felicidad consciente, completa, la única que embriagaba, como el perfume sazonado de las frutas, de las flores, del follaje otoñal.
La felicidad sólo existe en el don. Su desinterés de sabores de eternidad vuelve a los labios del alma con dulzura inmortal.
Dar: haber visto los ojos que brillan porque han sido comprendidos, alcanzados, colmados.
Dar: sentir esos anchos estremecimientos de dicha, que flotan como inquietas aguas sobre el corazón, súbitamente serenado, empavesado de sol.
Dar: haber llegado a esas múltiples fibras secretas con las que se tejen los misterios ardientes de una sensibilidad, emocionada, como si la lluvia suave del verano hubiera refrescado los rosales que trepan por los muros polvorientos y cálidos.
Dar: tener un gesto que alivia, que hace olvidar a la mano que es de carne, que derrama un deseo de amar en el alma entreabierta.
Entonces, el corazón se torna tan leve como el polen de las flores, y se eleva como el canto del ruiseñor, con su misma voz ardiente, que alienta nuestra penumbra. Desbordamos la felicidad porque hemos derramado la capacidad de ser dichosos, la felicidad que no habíamos recibido para que fuera sólo nuestra, sino para derramarla, porque nos ahoga; como la tierra que no puede retener sus manantiales, los deja desbordar sobre las flores numerosas de las praderas, o por las hendiduras de las rocas grises.
Pero hoy, los manantiales no brotan ya. La tierra, egoísta, no quiere despojarse del tesoro que la agobia, retiene la felicidad y la ahoga.
Las rocas se secan y saltan en pedazos. Y las flores, oprimidas en los corazones, sucumben.
Se ha cegado el impulso de los manantiales.
Las almas mueren, no solamente porque sólo reciben odio, sino también porque se ha desnaturalizado su propio amor, cuya esencia era probar y darse.Esta es la agonia de nuestro tiempo".
Leon Degrelle. Político y soldado belga (Bouillon, 15 de junio de 1906 - Málaga, 31 de marzo de 1994). Comenzó su actividad política al lado de Monseñor Picard, jefe de Acción Católica, al fundar en 1933 el Movimiento Rexista, que en las elecciones de 1936 obtuvo un gran triunfo electoral. Durante la Segunda Guerra Mundial creó la Legión Valona, voluntarios belgas contra el bolchevismo, que combatió en el frente ruso junto a los alemanes. Al término de la Segunda Guerra Mundial, se exilió en España. En los últimos años se dedicó a escribir obras históricas.
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